martes, 23 de agosto de 2011

Llora Orfeo por no poder amar.


13 de agosto... rocas procedentes de la constelación de Perseo se acercan a la Tierra y decido plantarme en mitad de la nada a ver cómo se mueven por el cielo que nos abarca, como lágrimas que podría secar si tan sólo extendiera uno de mis brazos un par de simples centímetros.
Se trata de volver, de regresar a casa, de pisar el suelo que abraza tiernamente mis pasos, de acariciar la mezcla de roca y salitre que mi cerebro confunde con terciopelo. El Sol no sale, pero tampoco hace falta, recuerdo perfectamente su brillo especial sobre el mar, algo que conseguí retratar en la imagen de la portada de este blog.

Comienzan a venirme los recuerdos como una fuerte descarga en la mente nada más pisar el suelo de La Punta del Hidalgo. La parada de la guagua donde terminaban tantos mágicos días, las calles, perfectamente articuladas para ser objeto de recuerdo. Entonces veo ese balcón, cual árblo prohibido del Edén. ¡Cuántas veces habré pasado por debajo pensando si estarás ahí arriba!... pero poco después rememoro que la respuesta no importa porque todo ha cambiado.
Y entonces llego al mar, al paseo donde el canto de las gaviotas y la brisa ensalitrada forman una alfombra roja para el caminante. Me detengo, quizá con la intención de intentar memorizar cada centímetro cuadrado de superficie del paisaje por si es la última vez que me encuentro allí... y después de un largo rato y algunos bocetos escritos a pie del mar continúo.

Poco a poco las pocas curvas del paseo me van mostrando poco a poco, como si fueran regalos de Navidad, las barcas de los pescadores, arrastradas a tierra, bastante sucias, con el peso del tiempo tatuado en sus entrañas de madera... y aún así preciosas. ir a la Punta del Hidalgo es sinónimo de volver sobre tus pasos, es sinónimo de retroceder, de coger aliento, de reflexionar... por eso, es inevitable acabar el sía paseando junto a su extraño faro y seguir su camino donde los pies te lleven.
En nada te das cuenta de que ante ti se despliega una de los lugares más mágicos que puedas ver, en todos los sentidos. Y es que cuando menos te lo esperes, alzarás la vista, verás el mar mirándote fijamente y el gran Roque Dos Hermanos, con todos sus misterios y enigmas, te protegerá y esperará a que dentro de unas semanas, unos meses o varios años, regreses... para que sientas de nuevo esa sorpresa de pertenecer a un sitio, de regresar a casa.

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